
Robert Johnson. Realidad y leyenda
Creo que fue Miles Davis quien en una ocasión dijo que todos los músicos de jazz deberían un día ponerse de rodillas y dar gracias a Duke Ellington. De igual manera, todos los aficionados al blues una noche de principios de verano estamos obligados a acudir a un cruce de caminos polvorientos, levantar nuestro vaso y beber un trago largo, de esos que queman las tripas, a la memoria de Robert Johnson, donde quiera que se encuentre.
De Robert Johnson conocemos 29 canciones de las que solo 24 se publicaron durante el tiempo que estuvo en este mundo, dos fotografías y retazos confusos de una biografía que termina en muerte violenta a los 27 años. Con tan escaso material parece difícil construir un mito; pero pasados más de 65 años de su desaparición, sus 29 canciones se han convertido en clásicos versioneados hasta la saciedad, sesudos expertos continúan buscando una supuesta tercera fotografía y el volumen de libros y artículos publicados sobre su figura supera con creces lo que podría pensarse que 27 años pueden dar de sí. Sin contar con las reediciones de discos que aún ofrecen beneficios sustanciosos y las cifras -9000$ por la primera edición de «Love in vain», en Vocalion- que un viejo original a 78 revoluciones por minuto puede alcanzar en subasta.
Sus datos biográficos se confunden con la leyenda que él mismo fomentó y que en los años 60 creció hasta alcanzar la categoría de mito. Según los estudios más fiables, nace en Hazlehurst, Mississipi, el 8 de Mayo de 1911. Hijo natural de Julia Major Dodds, casada con Charles Dodds; la pareja tenía 10 hijos. Al parecer, Charles era un pequeño terrateniente y constructor de muebles de mimbre que tuvo que abandonar su ciudad natal disfrazado de mujer, cambiar su apellido por Spencer y emigrar a Memphis para evitar que sus problemas con un acaudalado propietario blanco terminasen en linchamiento. Poco después, 8 de los hermanos se reunieron con el padre y otros dos permanecieron en Hazlehurst. Robert nació de la unión de Julia con Noah Johnson, trabajador de una plantación. A los tres años de edad, en 1914 marcha a Memphis con su padrastro, que aunque aceptó y le dio su apellido, jamás volvió a vivir con Julia. Cuando ésta se casa con Dusty Willis, Robert vuelve al Delta y acompaña a su madre en un constante cambio de amantes y domicilios. Según los que llegaron a conocerle, no recibió ningún tipo de educación, pero su firma en dos licencias matrimoniales que han llegado hasta nosotros es fluida y legible, lo que indica que en algún momento de su vida aprendió al menos a firmar con su nombre.
A los 17 años se casa con Virginia Travis, pero el matrimonio va a resultar breve ya que, poco más de un año después, ésta fallece a la edad de 16 años junto al niño que estaba esperando. Robert se une sentimentalmente a Vergie Mae Smith que le da un hijo varón y posteriormente contrae un nuevo matrimonio con Calleta Craft, una mujer mucho mayor que él. La unión no resultó por causa de los constantes viajes de Robert y la negativa de Caletta a acompañarle, aunque parece ser que durante un tiempo la visitaba tan frecuentemente como necesitaba cobijo o dinero.
Estas fueron las primeras de una larga serie de amantes que fue incrementando hasta su muerte, causada por la última de ellas. A lo largo de su vida tuvo un extenso e inconcreto número de hijos, todos ellos ilegítimos. Uno de ellos, Claude Johnson, conductor de camión de más de 70 años, mantuvo una dura batalla legal por sus supuestos derechos. A finales de los 90, un juzgado de Mississipi le declaró único heredero.
Sus comienzos en el mundo del blues, primero con la armónica y después como mediocre guitarrista, tienen lugar con el padrinazgo de músicos de la talla de Charlie Patton, Son House o el desconocido Willie Brown, a los que acompañaba en sus giras por garitos y tugurios de la zona cercana a Robinsonville. El propio Son House contaría años más tarde: “Entonces no era más que un chiquillo. Soplaba muy bien la armónica pero quería ser guitarrista. Cuando salíamos de noche para ir a actuar a algún baile, él solía escabullirse de su casa y aparecía donde nosotros estábamos. Ni a su madre ni a su padrastro les gustaba que frecuentase aquellos bailes del sábado por la noche, pues allí había tipos realmente muy violentos”. Y aquí entramos en la leyenda. Tras la muerte de su mujer su carácter taciturno e inclinado a la bebida se acentúa y alterna sus trabajos como temporero del algodón con el dudoso negocio de la música para diversión de los trabajadores de las plantaciones. Según declara años más tarde Son House, tras una conversación con el músico de Alabama Ike Zinnerman, en la que éste asegura que aprendió a tocar el blues a medianoche y sobre una tumba, Robert Johnson desaparece de Robisonville sin que nadie pueda dar noticia de sus andanzas hasta que, pasado un año, vuelve a aparecer y a encontrarse con sus amigos. El inexperto guitarrista se había metamorfoseado en un interprete rotundo que hacía palidecer a todos los bluesmen de la zona, como si en algún lugar desconocido alguien le hubiese regalado esa voz aguda y alterada por falsetes increíbles y una forma intuitiva de tocar la guitarra que crearía escuela; las cuerdas bajas marcando un walking bass hipnótico y las otras adquiriendo vida propia. Con el slide arrancaba lamentos como nadie lo había hecho. Keith Richards, el guitarrista de los Rolling Stones recuerda la primera vez que escuchó un disco de Robert Johnson en casa de Brian Jones, “¿Quién es ese?” “Robert Johnson” “Vale, pero… ¿Quién es el otro tipo que toca con él?» No podía creer que fuese una sola guitarra.
Para sus conocidos, la escuela donde tuvo lugar su aprendizaje no era ningún misterio; el camino era bien conocido en el Delta y muchos otros lo habían seguido antes. Tommy Johnson, otro músico de la misma zona y de la misma época lo cuenta con sus propias palabras “Para aprender a tocar todo lo que quieras y componer tus propias canciones, tienes que llevar tu guitarra a un cruce de caminos, al lugar donde dos caminos se cortan. Ve allí y asegúrate de estar en el sitio preciso antes de la medianoche; entonces, coge la guitarra y toca algo tuyo. Un hombre grande y negro irá hasta allí, cogerá tu guitarra y tocará para ti, hará sonar tu canción y te devolverá la guitarra. De esta forma aprendí todo lo que necesito para tocar.”
En Living Blues (feb. 2008) se publica un artículo de Bruce Michael Conforth en el que se investiga, a través de una entrevista con su hija; en la biografía de Ike Zimmerman. Ike es citado por varios autores (Guralnick entre otros) como uno de los músicos que más influyeron en Robert Johnson.
Sabemos que nació en Alabama en 1907 y se mudó a Mississippi para trabajar en la construcción de la Highway 51. Tuvo una gran fama como guitarrista local y dominaba tanto el fingerpicking como el slide, pero nunca llegó a grabar. Según cuenta su propia hija, conoció a Robert a finales de los 20 o principios de los 30 cuando este regresó a Hazlehurst buscando músicos que pudiesen enseñarle algo. Johnson pasó una larga temporada (la que corresponde a su desaparición y al supuesto pacto diabólico según las declaraciones de Son House) viviendo en casa de Ike y recibiendo sus lecciones.

Legendary American Blues singer songwriter Robert Johnson (1911 – 1938), left, with fellow musician Johnny Shines (1915 – 1992), circa 1935. This image is one of only three known photographs of Johnson, has been extensively retouched. (Photo by Robert Johnson Estate/Hulton Archive/Getty Images)
Durante algún tiempo actuaron juntos hasta que Robert abandonó la zona y recorrió diversos lugares del Delta mientras que Ike permaneció junto a su familia en la ciudad. Posteriormente Zimmerman emigró a California y (como tantos otros bluesman) volvió la vista a la religión y falleció a los 60 años siendo un pastor de la iglesia. Aunque es posible que llegase a escuchar algunos de los viejos 78 rpm de Johnson, su alejamiento del blues y la escasa difusión de las primeras reediciones en 1961, hicieron que muriese sin ser testigo del posterior reconocimiento de la obra de su pupilo.
Según estas nuevas aportaciones a su biografía, la incógnita en la historia de Robert Johnson podría llamarse Ike Zimmerman.
Para que la leyenda del cruce de caminos no pierda todo su peso, la entrevistada aporta que su padre solía impartir lecciones a Robert sobre las viejas tumbas del cementerio, donde «nadie les molestaba y podían concentrarse mejor».
Con la ayuda del de los cuernos o sin ella, Robert Johnson se convierte en un músico profesional en una época en la que, según B. B. King, “ser negro y tocar blues, era ser negro dos veces”. Adquiere rápidamente prestigio en la zona del Delta y viaja a St. Louis, Chicago, Michigan y Nueva York. Johnny Shines fue uno de sus compañeros de viaje, tocaban en la calle, en una esquina o en la puerta de la barbería esperando la oferta de trabajo en una fiesta o un bar; después, otro camino polvoriento y otro pueblo donde no has estado nunca y donde nadie te conoce. Según Shines “…Robert siempre estaba limpio. Podíamos viajar durante todo el día en el furgón de carga de un tren o en algo peor; cuando te mirabas al espejo estabas sucio como un cerdo, pero él siempre estaba limpio. No sé como lo hacía. En esas épocas no necesitábamos tener un sitio donde ir.” Robert siempre estaba dispuesto al viaje; sin un motivo aparente, recogía sus escasa pertenencias y desaparecía ante el asombro de sus compañeros. Otras veces eran turbios asuntos con mujeres ajenas los que le obligaban a partir “…las mujeres eran para él como las habitaciones de los hoteles; podía volver a la misma, pero siempre la dejaba en el sitio donde estaba”.
Por esas épocas toma contacto con otros músicos, Robert Nighthawk y Sonny Boy Willianson en Helena, Henry Townsend, Pettie Wheatstraw (Otro músico que afirmaba haber vendido su alma al diablo, y se hacía conocer por sobrenombres tan espectaculares como “El Príncipe de la Oscuridad”, “El Yerno del Diablo” o “El Sheriff del Infierno”. Algunas de sus canciones como «Police Station Blues» y «So Long Blues» influenciaron notablemente a Robert a la hora de crear sus propias composiciones. Wheatstraw murió cuando su automóvil fue arrollado por un tren (paradójicamente en una encrucijada) el 21 de diciembre de 1941, a la edad de 39 años) y Roosevelt Sykes en St. Louis. Con el tiempo parece que todos los músicos de blues, activos o no a mediados de los 30, conocieron a Robert Johnson.
De todos sus compañeros Robert Loockwood Jr, fue el que recibió su legado de una forma más directa. Robert Loockwood era apenas unos años más joven que Johnson e hijo de Estela Coleman, una de sus innumerables amantes; siempre dijo que le gustaban todas las mujeres, pero que las maduras tenían dinero para pagar sus gastos. El chico tenía talento para la guitarra y su padrastro ocasional se esforzó en enseñarle durante cuatro o cinco años. Dos años después de la muerte de Johnson, Robert Loockwood tocaba la guitarra en un parque de Memphis para conseguir unas monedas; un hombre se le acercó y le preguntó «¿Tú eres Robert Jr.? Ven a mi casa, me gustaría enseñarte algo.» Le enseñó una guitarra y le preguntó si la conocía… Era una Kalamazoo, fabricada por Gibson. «Parece la de Robert. Él afirmó y me dijo que era uno de sus hermanos. Tomé la guitarra, me senté y estuve tocando un rato. No he vuelto a verle desde entonces». Pero esto es el final de la historia.
En 1936, un agente de la American Records Corporation, Ernie Oertle, escuchó tocar a Robert y avisó de inmediato a Don Law, un cazatalentos de la compañía. Muchos años después relató su encuentro a Frank Driggs de la compañía Columbia. Don Law se consideraba a sí mismo responsable de Johnson en todos los sentidos. Le buscó una habitación en una casa en las afueras de la ciudad y le dijo que procurara acostarse temprano, pues la sesión debía empezar a las diez de la mañana del día siguiente. Law se reunió con su esposa y unos amigos para cenar en el hotel Gunter. Apenas había empezado a cenar cuando sonó el teléfono. Un agente de la policía local llamaba desde la cárcel donde Robert estaba recluido acusado de vago y maleante. Law acudió enseguida para encontrar a Johnson maltrecho y con la guitarra destrozada como consecuencia del trato habitual para los presuntos delincuentes negros en los estados sureños. Law consiguió la liberación de Robert bajo su custodia y responsabilidad; lo acompaño a la pensión, le dio 45 centavos para el desayuno del día siguiente y le insistió en que no se moviera de allí durante el resto de la noche. No había hecho Don Law más que llegar al hotel cuando volvió a sonar el teléfono. Esta vez era Johnson.
-¿Qué pasa ahora? -preguntó Law temiendo lo peor.
-Estoy solo -respondió Johnson.
-¿Estás solo? ¿Y qué quieres decir con eso de que estás solo?
-Estoy solo y hay una señora aquí. Ella quiere medio dólar y me faltan cinco
centavos…
A pesar de todas las dificultades Robert Johnson consiguió realizar cinco sesiones, todas ellas con Don Law y todas ellas para la A.R.C. Las tres primeras tuvieron lugar en una habitación del Hotel Gunter de San Antonio, Texas (23, 26 y 27 de noviembre de 1936); hoy en día el hotel lleva el nombre de Sheraton-Gunter y una placa instalada en su vestíbulo el 23 de noviembre de 2001 recuerda aquellas grabaciones. Las otras dos tuvieron lugar en la trastienda de un almacén en Dallas y en circunstancias muy similares el 19 y 20 de Junio de 1937.
En las primeras sesiones se grabaron 16 temas. Cinco de ellos verían la luz en forma de 78 rpm y uno, «Terraplane blues», lograría un cierto éxito en las listas de discos para negros en la época de la depresión. Hoy en día, la posesión de uno de esos escasos ejemplares supone una pequeña fortuna. A Robert le supuso un billete de vuelta a casa con unos dólares en el bolsillo, más de los que tuvo nunca. Durante una breve temporada disfrutó de su triunfo pavoneándose ante las chicas y los otros músicos con su disco en la mano.
Después, cuando el dinero hubo desaparecido, tomó un tren a cualquier sitio y se esfumó de nuevo. De sus últimas sesiones, seis meses y medio más tarde, nacerían otras 13 canciones. Esto, 29 temas y 11 tomas alternativas; más dos fotografías constituye todo su legado. A finales de 1938, Don Law y John Hammond intentaron contactar con él; el primero para realizar más grabaciones y el segundo con un contrato para las giras “From spirituals to swing”. Robert Johnson llevaba más de cinco meses muerto. Hammond pensó recurrir a Blind Boy Fuller, pero estaba encarcelado; al final, Big Bill Broonzy le sustituiría en las giras. El diablo tampoco regala nada y, al final, cobra sus deudas.
De la muerte de Robert Johnson circularon distintas versiones; suicidio según unas; magia negra según otras… Son House, que toda su vida le recriminó su vida descarriada, escuchó que una mujer le había envenenado; Johnny Shines recuerda haber oído contar que estuvo durante días corriendo sobre sus manos y sus rodillas, como un perro, hasta que el diablo vino a llevárselo. La verdad no se supo hasta muchos años más tarde. En 1968 Gayle Dean Wardlow descubre una partida de defunción y, simultáneamente, se hacen publicas las declaraciones de dos supuestos testigos que, aunque difieren en los detalles, coinciden en lo principal y aportan los datos definitivos.
En una entrevista a Mack McCornick, Honeyboy Edwards, un músicoprotegido de Johnson y Big Bill que emigró a Chicago en el 39 y grabó algunos discos en los cincuenta, revela los nombres de dos testigos oculares de la muerte de Johnson. Mc Cornick tira de la cuerda y los visita en Indianápolis y Michigan a principios de los 70. Nadie pareció darle importancia en su momento a la muerte de un guitarrista; esas cosas eran lo suficientemente normales en esas épocas entre los vagabundos negros. En los archivos policiales de la zona no había referencias y el oficial encargado no podía entender el interés de Mc Cornick por un supuesto asesinato cometido hacía más de 30 años.
En aquellas épocas, ser músico de blues era un oficio peligroso, los otros músicos envidiaban tu éxito, las mujeres te odiaban si ponías los ojos en otras y los hombres te odiaban si ponías los ojos en sus mujeres. Robert estaba en el mejor de sus momentos. Con la música y con las mujeres. Los testimonios de ambos testigos coinciden en líneas generales; en Agosto de 1938 Robert Johnson estaba tocando en el local de baile de un pequeño pueblo llamado Three Forks, a unas 15 millas de Greenwood. El local era propiedad de un individuo llamado Ralph, con cuya mujer Robert mantenía relaciones. Una noche, este hombre le ofreció una bebida envenenada con estricnina. Poco más tarde Robert Johnson tuvo que dejar de tocar y fue conducido a la ciudad.
Falleció tras varios días de agonía en casa de un conocido. Declaraciones posteriores de Sonny Boy Willianson aportaron tintes más coloristas a la historia. Al parecer esa noche la armónica de Sonny compartía cartel con Robert. El conocía la historia de los amoríos de su compañero con la esposa del dueño del local y había captado el ambiente tenso y las miradas torcidas de algunas personas. Durante una pausa en la música alguien trajo una botella abierta con media pinta de whisky en su interior y se la ofreció a Johnson marchándose después. Cuando este comenzó a beber Sonny intentó apartar de sus labios la botella “Nunca bebas de una botella abierta. No sabes lo que puede haber dentro.” Robert le contestó de una forma tajante muy acorde con su carácter “No vuelvas a quitarme una botella de whisky de las manos”.
El documento de su defunción carece de la firma de un médico. Su madre y su cuñado asistieron a su entierro en un ataúd de madera pagado por el estado. Aunque varios lugares de la zona se disputan el dudoso orgullo de alojar sus restos parece ser que fue enterrado en el pequeño cementerio de la Zion Church, cerca de Morgan City. En su tumba no figuró ningún nombre pero está situada a un tiro de piedra de la carretera comarcal nº 7 de Mississipi, para que, como él había cantado “…Mi viejo y maldito espíritu pueda subirse a un autobús Greyhound y marcharse.”
La influencia de las canciones de Johnson en el panorama musical se manifiesta por primera vez el 22 de Noviembre de 1939, cuando Tommy McClennan graba “Sweet Home Chicago” cambiando el título por «Baby Don’t You Want to Go?». Sin dejar de ser nunca un músico de culto, su influencia se vería notablemente incrementada con el fenómeno del blues revival que surge en los años 60 y continúa en nuestros días acrecentado la lista de músicos que se consideran deudores de su música y retoman sus temas. La admiración manifestada por muchos de los mejores intérpretes y compositores, no sólo dentro del blues; las mil veces versioneadas 29 canciones, los discos de homenaje que guitarristas de la talla de Peter Green y Eric Clapton le dedicasen, las reediciones de aquellas cintas grabadas en la habitación de un hotel y en la trastienda de un almacén… Hasta el gobierno de los Estados Unidos ha hecho circular un sello de correos que reproduce una de las dos fotografías que conocemos de él. En Julio de 2006, una de las tres guitarras que supuestamente le pertenecieron, una Gibson L-1; se puso a la venta en Nueva York por la friolera de 5’9 millones de dólares. Mientras tanto, su biografía sigue siendo confusa y presentando lagunas desconocidas, alguien dijo que investigar sobre ella es como seguirle los pasos a un fantasma. Nunca podremos saber lo que hubiese sido su música si hubiese estado presente en el resurgimiento del blues y hubiese llegado a alcanzar la edad y la capacidad creativa de Muddy Waters, John Lee Hooker o B.B. King. El diablo hizo bien su trabajo, le dio la fama y la inmortalidad, pero de una manera que él no pudo saborear y que ha dejado un rastro vago e impreciso de su persona.
Aún hoy en día, en los pueblos del profundo sur, puede verse algún joven negro que, una noche de verano, coge su guitarra y cerca de la medianoche, camina por un camino polvoriento buscando un cruce de caminos. Cuando esto ocurre, los más viejos miran con la sonrisa que se reserva a los predestinados, le dejan hacer y no dicen nada.
A estas alturas del siglo XXI, Robert Johnson ya no es sólo un músico genial del que conocemos veintinueve canciones y dos fotografías. Con el paso de los años y desde su descubrimiento en los sesenta, se ha convertido en una leyenda que roza la categoría de mito y ofrece la oportunidad de aumentar las cuentas corrientes de algunos, la publicidad de otros que “supuestamente” le conocieron o “han descubierto” nuevos y reveladores datos en su biografía, el lanzamiento y marketing de algunos más que afirman formar parte de su descendencia y los ingresos turísticos de unos cuantos centros y localidades que tuvieron –o no- alguna importancia en su corta vida.
Tras los actos y reediciones que celebraron el centenario de su nacimiento (si es cierto que vino al mundo el 8 de Mayo de 1911, que tampoco eso está claro), de Robert Johnson seguimos teniendo tan pocos datos fiables como hace cuarenta o cincuenta años; pero su leyenda sigue creciendo. Día tras día aparecen nuevos artículos y publicaciones que ofrecen nuevos testimonios “de primera mano”, difíciles de comprobar o directamente falsos. Se colocan placas en edificios, se organizan festivales, se reeditan discos, se hacen homenajes, se cita su persona o sus canciones en libros, revistas, comics, películas, bodas, bautizos y comuniones… ¡Lo que se reirá el bueno de Robert en alguna de sus tumba si llega a enterarse de lo mucho que está dando que hablar!
Lo primero de lo que se reiría es de la cantidad de músicos que le conocieron, compartieron viajes, tocaron con él y fueron sus mejores amigos. Sin entrar en detalles, baste decir que la mayoría de los bluesmen con la edad suficiente (y muchos sin ella) para estar activos en los años treinta afirman haber tenido algún contacto con RJ. Hasta el mismísimo Muddy Waters afirmó no haberle conocido para luego desmentirse y afirmar lo contrario. Si hiciésemos caso a todas las declaraciones, Johnson hubiese pasado los 27 años de su vida dedicado a las relaciones públicas. De tantas declaraciones de amistad y momentos compartidos, si somos rigurosos; sólo habría que hacer eco (y sin creernos todo lo que dicen) a menos de las que se cuentan con los dedos de una mano.
También se reiría a carcajadas de las especulaciones sobre el lugar donde reposa. Para empezar, Robert Johnson no tiene una tumba, tiene varias. Y todas constituyen un incremento turístico para las poblaciones que tienen el dudoso privilegio de guardar en su cementerio local los huesos del autor de “Love in vain”.
La que se considera más probable es la que se encuentra en el pequeño cementerio de Mt. Zion Missionary Baptist Church, cerca de Morgan City, a un tiro de piedra de la carretera comarcal nº 7 de Mississipi; para que, como él había cantado “…Mi viejo y maldito espíritu pueda subirse a un autobús Greyhound y marcharse.” Columbia Records pagó una lápida en 1991. Otra se sitúa en Money Road; 11 millas al sur de Iles Morgan City, 10 millas al oeste de Greenwood y cuatro al sur de Itta Bena, en la autopista 7; junto a la Little Zion Church, En 2002 se colocó una lápida.
La tercera más probable estaría en la Payne Chapel Memorial Baptist Church, al norte de Greenwoood y cerca de Quito. Hay unas cuantas más que no vamos a citar para no extendernos. Todas ellas son lugares de peregrinación para fans y curiosos, en las lápidas puedes encontrar púas de guitarra, monedas, botellas de whisky y otras ofrendas… Todo un circuito necrófilo-turístico para aficionados que puede completarse con una visita al legendario Three Forks, en el cruce de la 82 con la 49; el local donde Johnson fue asesinado. Aunque el edificio se derribase hace muchos años, nada tenga que ver con el actual y las últimas investigaciones sugieran que Johnson murió de tuberculosis.
El periplo puede continuarse por los locales donde se efectuasen sus sesiones. Para empezar por el histórico almacén de Dallas donde tuvieron lugar las grabaciones de junio del 37; aunque hay que darse prisa porque los propietarios del edificio se plantean derribarlo aunque la Robert Johnson Fundation (ya hablaremos de ella) está interesada en su compra para crear allí un estudio. El resto de las grabaciones se efectuaron en el Hotel Gunter de San Antonio, Texas (23, 26 y 27 de noviembre de 1936); hoy en día el hotel lleva el nombre de Sheraton-Gunter y una placa instalada en su vestíbulo el 23 de noviembre de 2001 recuerda aquel evento.
Otro capítulo serían el descubrimiento de nuevas canciones. No hace muchos años intentaron colar una falsa toma alternativa de una ellas. Y también se habló de otra desconocida que sería la número treinta de la que supuestamente una empleada de la limpieza había encontrado un acetato en el sótano de un almacén. Poco después se descubrió que era más falsa que un euro de madera.
Para la (enésima) recopilación de sus obras completas editadas con motivo del centenario, se hizo pública una nueva toma alternativa de una de sus canciones que si bien no aporta nada nuevo a su discografía supongo que supondría un buen negocio para algunos.
Lo de las fotografías e imágenes viene de lejos… Bob Dylan cuenta en su autobiografía “Crónicas” que hace ya mucho tiempo, John Hammond (padre) le enseñó -y Dylan la da por buena en el libro- una grabación en la que aparecía Johnson junto a otros músicos tocando la guitarra y la armónica. Más tarde se hizo público que en la película se mostraba un póster colgado tras los músicos que se realizó con motivos publicitarios en 1940. (RJ murió en 1938).
La ultima fotografía “descubierta” por la revista “Vanity Fair” le muestra guitarra en mano y en compañía de (al parecer) Johnny Shines. Se está anunciando a bombo y platillo y ha despertado el interés de Steve LaVere, Elijah Wald, Peter Guralnick, Gayle Dean Wardlow y otros expertos en el tema que parecen estar interesados en la autenticidad de la instantánea aunque todo parece indicar que la imagen está invertida y muestra a un guitarrista zurdo y pocas cosas parecen indicar que los retratados sean Johnson y Shines.
Probablemente el mundo de la música no gane ni pierda nada si la foto resulta ser lo que no parece, pero sin lugar a dudas supondría un notable incremento en la cuenta corriente del propietario.
Tampoco hace tanto que se puso a la venta una guitarra de la que se afirmaba que perteneció a Johnson. El precio rondaba los 6 millones de $ y la web que la ofrecía desapareció al poco tiempo. La Gibson L1 fue una guitarra muy popular en la época, barata y con muy buenas prestaciones de la que se fabricaron y vendieron un buen número de ejemplares. Las pruebas de autenticidad se centraban en algo tan inconsistente como que el veteado de la tapa se parecía al de la que luce Robert en una de las famosas fotos, que además son lo bastante borrosas como para poderse apreciar en detalle.
Y, para acabar a Johnson le crece la familia… A lo largo de su vida, el picha brava de Robert tuvo un extenso e inconcreto número de hijos, todos ellos ilegítimos. Uno de ellos, Claud Johnson, un conductor de camión de más de 70 años, mantuvo una dura batalla legal por sus supuestos derechos. A finales de los 90, un juzgado de Mississipi le declaró único heredero tras una larga sucesión de episodios judiciales dignos de un culebrón venezolano. Incluso una anciana (supuestamente amiga de la madre de Claud); llegó a describir con todo lujo de detalles el revolcón casual que sería origen del heredero.
Para honrar la memoria del ancestro o, si quieren pensar mal, seguir explotando la gallina de los huevos de oro; Claud ha creado el “Official Robert Johnson Blues Museum” en Cristal Spring, Mississippi. El edificio está abierto al público y es además la sede de la “Robert Johnson Blues Foundation” que preside el propio Claud y tiene como vicepresidente a Steve, uno de sus hijos y como secretario y tesorero a Gregory y Michael; todos ellos nietos de Robert. Lo que se dice un negociete familiar… Steve incluso ha iniciado una carrera cantando versiones del abuelito. Aunque ignoro si lo hace bien o mal, no he tenido redaños para escuchar ninguna de ellas.
O mucho me equivoco o tendremos tiempo para ver como aparecen nuevas historias. Yo no me sorprendería si el día menos pensado aparecen a subasta en e-bay los calzones de algodón (y sin lavar, claro) que Robert llevaba puestos el día en que vendió su alma al diablo; o saquitos de tierra maldita tomados del mismísimo cruce de caminos… Lo que sea, señores; el negocio es el negocio.
En mi opinión, para saber más de la figura y de la música de Robert Johnson solo nos queda un camino. El de siempre. Pongan un disco suyo en el plato o en el lector de cds, escuchen y déjense llevar. Imaginen lo que quieran y creen su propia fantasía. Será tan válida como cualquier otra y además es gratis. Y probablemente, el viejo Robert en alguna de sus muchas tumbas esboce una sonrisa al ver que alguien sigue engordando el mito y hablando, escuchando o pensando en esas veintinueve canciones que, en vida, apenas le reportaron unas monedas y unos breves momentos de gloria.
El resto es literatura o, a lo peor; negocio.
Ramón del Solo.